sábado, 12 de septiembre de 2015

Preliminares

Iñaqui Echevarne, Bar Laura, próximo a la calle 16 de Julio, 30 de octubre de 1998

No soy especialmente rencoroso. Pero sí algo rencoroso. Antes, cuando la informática no estaba tan avanzada, solíamos escribir en papel. Yo tengo un recipiente donde guardo las plumas, bolígrafos y lápices necesarios. Sin embargo, no contiene ni un triste BIC. Lo tengo lleno de sus recuerdos: una foto, un mechón de pelo –como si hubiera ido a la guerra-, alguna nota especial, esa clase de bobadas. A veces, pocas, pero a veces, recuerdo abruptamente algún episodio en concreto y siento algo a caballo entre la vergüenza y la rabia. Entonces me enciendo un cigarrillo y me permito la cotidiana maldad de despachar la ceniza en el bote de los recuerdos.
Fantaseo con el momento en el que gane algún premio literario importante y tenga que acudir a recibirlo y quizá dar un pequeño discurso en la ceremonia pertinente. Seguir todo el protocolo: hacerse con una camisa nueva, coquetear con las corbatas, arreglarme la barba y, en definitiva, parecer una persona decente: mentir a la cara de todos los espectadores, hacerles ver que soy alguien aseado, es más, impoluto, intachable, veterano de mil condecoraciones y galardonado hasta la náusea. Actuar, interpretar mi papel de hombre responsable, serio y correcto y entonces, a la hora de hablar, disfrutar del silencio expectante. La audiencia espera algo aburrido: gracias a tal familiar, a mi editor, a mis colaboradores. Todo muy tedioso a la par que adecuado. Ahí comenzaría la magia, pues aquel pulcro señor –yo mismo- se contradice con su aspecto físico.
Juraría, insultaría, despotricaría con sumo placer, dejando que una irritación muy condensada irrigara mis palabras y mi saliva: este premio va por todos los hijos de puta que jamás se molestaron en tratar de comprenderme. Por todos los cabronazos que nunca me dieron una oportunidad. Y, especialmente, va por Laia Jáuregui, porque si no hubiera sido tan puta, jamás me hubiera visto obligado a escribir para encontrar un modo de ahuyentar su vileza.
La llamaría puta y vil en menos de un minuto y acabaría el discurso. No sé si recibiría aplausos aunque, sin duda alguna, yo estaría tentado de aplaudirme a mí mismo. Pero sólo se trata de una fantasía. La realidad es que no pienso que sea ni vil, ni puta. No tengo motivos suficientes para respaldar esos adjetivos. Como máximo puedo acusarla de perezosa y egoísta. Y da la casualidad de que yo soy bastante perezoso y egoísta, así que rápidamente caigo en la hipocresía. Así que todo queda en mi imaginación.
Puedes dividir el mundo en perdedores y ganadores. No exactamente según sus resultados –que también- sino según la predisposición natural de cada uno. No hablo de los juegos de azar ni de la suerte; no me refiero que haya gente propensa a ganar la lotería o a la ruleta. Hablo de la actitud vital de las personas delante de los distintos problemas que van sucediendo. Los ganadores -¿estos eran los cronopios o los famas?- consiguen aquello que se proponen. Un ascenso, una casa, un matrimonio. Siempre cosas físicas, tangibles, reales. Los perdedores, por el otro lado, siempre van faltos de materialidad: tienen que pedir prestado dinero, viven donde se les permite y para lograr un ascenso previamente es necesario haber encontrado trabajo.
En el ámbito irreal, es decir, el medio sentimental, ambos son perdedores: los ganadores-perdedores satisfacen sus deseos constante e inexorablemente: tras cada deseo satisfecho hay un pequeño momento de plenitud y luego la necesidad de encontrar un nuevo objetivo antes de que los consuma la apatía. Y luego se mueren. Los perdedores-perdedores, incapaces por su condición de satisfacer sus deseos, se limitan a contemplarlos desde lejos, quizá acariciarlos, quizá mitigarlos o puede que incluso intenten eliminarlos por completo. Al final, también se mueren, pero sin tener siquiera un momento de plenitud.

El resumen: si piensas demasiado, te paras. Si te paras, te mueres. Si no te paras, te mueres también, pero no te das cuenta. Yo soy un perdedor. No sólo eso, sino que que soy un perdedor. Por eso arrojo la ceniza sobre los recuerdos de Laia Jáuregui, por eso escribo literatura de perdedores, porque, ya que voy a morirme, me moriré desafiando mi naturaleza de perdedor: jodidamente pleno.


https://www.facebook.com/jjescribe

No hay comentarios:

Publicar un comentario